sábado, 24 de julio de 2010

PRENSA CULTURAL. LIBROS. Crítica de "Zombies", por José Abad

En "El Día de Córdoba":
Zombi superstar

El muerto viviente personifica los miedos de nuestra sociedad y es el gran protagonista de la literatura de terror actual · Minotauro publica la antología de relatos 'Zombies'

José Abad
Actualizado 23.07.2010

El género fantástico en general (y el de terror, por obvias razones) es un óptimo catalizador de los miedos de cada sociedad. La consigna sería: dime qué temes y te diré quién eres. Así pues, y en vista de su proliferación en las formas narrativas por excelencia (cuento, novela, cómic, cine), el zombi sería la expresión privilegiada de los angustias hodiernas. Ahora bien, ¿qué tememos en él? ¿De qué es metáfora? Hay varias interpretaciones, todas complementarias. El zombi representaría el colapso del mundo civilizado, la pérdida de la identidad, el abandono al puro instinto animal, la rebelión de las masas, la pandemia, la globalización… Y basa su eficacia en la síntesis que realiza de los aspectos más inquietantes de monstruos otrora incómodos, hoy banales. Al igual que la Momia o el monstruo de Frankenstein, el zombi es carne muerta, un cadáver devuelto a la vida. Al igual que el Hombre Lobo, un depredador que en nosotros únicamente ve sólo una buena pieza. Y al igual que el vampiro, su propagación se realiza a través de la infección: un mordisco suyo basta para inocular el Mal en nuestro organismo y convertirnos en un igual. En tiempos de chupasangres metrosexuales y licántropos barbilampiños, el zombi tiene los papeles en regla: es un monstruo como Dios (o el Diablo) manda.
En ámbito literario, esta temática cuenta ya con una serie de títulos de culto que habrá que esperar a ver cómo aguantan la prueba del tiempo: Guerra Mundial Z de Max Brooks o la trilogía de David Wellington compuesta por Zombie Island, Zombie Nation y Zombie Planet. En Estados Unidos, donde este filón está siendo explotado como en ningún otro país en el mundo -un detalle que debiera estudiarse con detenimiento-, la profusión de historias a propósito ha adquirido tales dimensiones que en los últimos años han visto luz numerosas antologías que intentan salvar los títulos más preciosos en este maremagno. John Joseph Adams publicó Zombies en 2008 y la editorial Minotauro la ha rescatado para el mercado español. Son 31 relatos de variado color y enfoque en los cuales el muerto viviente, ese monstruo zarrapastroso y hediondo, ese oxímoron torpe y tenaz, hambriento e insaciable, es la estrella de la función. Una de las primeras conclusiones es que el zombi da más juego (o jugo) de cuanto pudiera pensarse. Es una moneda corriente: ante determinadas convenciones, hay quienes son convencionales y quienes no.
El humor esquinado, avieso, hace acto de presencia en varias piezas. En La foto de la clase de este año, Dan Simons propone una perversa y regocijante variación de El milagro de Anna Sullivan; con un denuedo y tesón parejos a los de la profesora Keller con la sordomuda Annie Sullivan, en este relato, la señorita Geiss se dedica a capturar a alumnos zombis y llevárselos de vuelta a la escuela con la loable intención de reeducarlos. Después del Apocalipsis, nunca faltará quien piense que puede empezarse de nuevo. Los pequeñuelos también son protagonistas de El niño muerto, un cuento de Darrell Schweitzer en el que una pandilla de cabestros mantiene oculto en un bosque a un chavalillo zombi al que someten a brutales vejaciones. Aquí, el monstruo es la víctima, no el verdugo. En Bobby Conroy regresa de entre los muertos, Joe Hill rinde un homenaje explícito al cineasta George A. Romero, el papá de los zombis antropófagos: durante el rodaje de la película Zombie, de 1978, Bobby se reencuentra con Harriet, su novia de juventud; ambos, que soñaban con triunfar como actores cómicos, han terminado haciendo de muertos vivientes, meros figurantes, en el segundo filme que Romero dedicaría al tema. Los cadáveres reales, aquí, son los sueños de gloria que alimentaron en su adolescencia.
En otros relatos, el zombi es una silueta recortada al fondo del callejón, una sombra expresionista en la pared, un gemido al otro lado de la ventana, una presencia más intuida que vista. En Amanecer amargo de Neil Gaiman, un individuo usurpa la identidad de un antropólogo en viaje a Nueva Orleans para asistir a un congreso con una ponencia sobre zombis y vudú y, allí, se deja atrapar, sin oponer resistencia, por ese mundillo de brujas, brujos y seres sin alma. En el enigmático Plan de emergencia zombi, Kelly Link se adentra en el mundo de la paranoia a través del retrato de un tipo, recién salido de la cárcel, que hace continuamente planes de fuga ante la eventualidad de una plaga de muertos vivientes. Como suele ser habitual en toda antología, no todas las piezas están a la misma altura.
A Stephen King le debemos uno de los relatos más flojos del volumen: el archifamoso escribidor es incapaz de embridar su afición al palabreo y a hinchar la anécdota más allá del umbral de lo soportable; su cuento no es más que una china en el zapato, digámoslo así, cuyas páginas invito a saltar sin ningún cargo de conciencia.

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