martes, 5 de abril de 2011

POESÍA. "Tres poemas para Pier Paolo Pasolini", de Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957)

Juan Carlos Mestre

TRES POEMAS PARA PIER PAOLO PASOLINI
                 Sólo porque estás muerto he podido hablarte como a un hombre,

                                  de otra manera tus leyes me lo hubieran impedido.
                                                                                                                 P. P. Pasolini

                                                 I
Hubiera querido góndolas y uvas en tu frente, blanca túnica de vichí
para tu cuerpo de arbusto, vomitel, árbol enorme donde tallen
timbales, panderetas, músicas al tacto valiente de tu risa,
tarambas, oboes y luces en la noche que te cuida,
fósil de ámbar, rejalgar, cristal indefinido que gobierna
adolescentes. Pero ya el humo que resolvió a los príncipes
es témpano dulcísimo, véspero en la tarde de los Médicis,
cascabel y sedas en tu luz definitiva, vértigo ahora
cuando un arpa inicia fuentes de bálsamo en la memoria,
incienso en tu cenotafio de orégano y ciruelas, harina
en el hojaldre sin fin, honrado jinete tan suave en el galope
y hasta relincho fucsia del centauro que quiso Botticelli
para llevarte a hombros a la soledad del ibis, madre
comunal y sagrada que devoró el jaguar, cinta en el pelo,
miel de palma y almendras en el licor de los festejos.

                                                 II
Voy a nombrarte como sol que duda entre el jazmín o la libélula,
apenas aurora y ya friso de acanto que te oculta, breve fue
el amor o la alimaña y ya están los evangelios anunciando
fresas en tus labios, liebres, sacristanes, adobes y pulpa de manzana;
quiero esta extensa geografía reducida a brote simple de cerezo
y en tu oreja cultivar infiel e íntima la vida, el deseo, el goce
carnal de un cielo que devore tu muerte y te devuelva intacto
al ágora y al puente, al tren, al mingitorio, a las campanas y a la luna.
Que ya vienen las mariquitas de Roma tocando la marimba y las estatuas
y la hojarasca y las navajas no son, Dante y el cisne de Veronés,
y Venecia no se hunde por ti y no se hace inalcanzable el vértice,
porque ya estamos todos sin vergüenza en el pubis de Safo, yuruma,
jarabe de maíz, sustancia, hucha y alhelí, caimán y novia.

                                                 III
Y es preciso detener la resignación que como mañana blanca de domingo
azuza al cárabo, devolver la alegría al alcahuete, el miedo al juez, fingir
hasta el éxodo, adornar con azucena cada culpa, convidar a matrimonio,
volverse cadmio, baya, ser prodigio, retallecer, rugir y hasta ocultar
con velo lo jovial, ingerir jarabes que te vuelvan grillo y regreses
en el canto, araña, saurio, gelatina, nivel del mar que lo inunde todo.
Porque no me acostumbro, prometido, a revejecer, a regirte en el recuerdo,
a reservarte el mármol como si cónsul hubieras sido, tú, hereje mayor, joya
que adorno el pulgar, hierba que embosqueció la era, nunca harija, trigo,
rayo que destrona, hiere, apila y excarcela. Te quiero ya tambor, voz atonal,
adormidera, flauta, tubo de viento. Levanta tu cabeza, cáliz de pan, ven nómada,
regresa, hágase la justicia y alegrémonos: Ecce homo.

                        De LA VISITA DE SAFO ('Colección Provincia', León, 1983)

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