jueves, 17 de mayo de 2012

PRENSA CULTURAL. "Drácula vive", por José Abad


   En "El Día de Córdoba":
Drácula vive
   El centenario de la muerte de Bram Stoker devuelve a la actualidad a uno de los personajes más terroríficos de la literatura.

José Abad 13.05.2012

   En vista de la excelente salud del Príncipe de las Tinieblas, la panacea universal -aquel remedio con el que los alquimistas de antaño pretendían combatir todos los males de la Tierra- bien pudiera consistir en una rigurosa dieta de sangre, nocturnidad y alevosía, según los usos habituales del vampiro. Drácula mantiene su feudo en los Cárpatos va ya para seis siglos y, desde hace más de 100 años, es dueño y señor en infinidad de ficciones y artificios, desde la novela hasta el videojuego, pasando por el teatro, el cine y el cómic -recuérdese la magnífica adaptación gráfica del barcelonés Fernando Fernández-. Al conde transilvano se le han brindado una ópera y un ballet, además de seriales de toda índole, serios y bufos -en 1938, un jovencísimo Orson Welles le puso voz en un serial radiofónico-, y su sombra abraza versos innumerables de un sinfín de poetas: su ominosa presencia recorre, por ejemplo, Raro de luna (1990) de Javier Egea. Drácula no conoce crisis, ni económicas ni de ninguna clase.
   Si el secreto de la longevidad está cifrado en la sangre, el de la inspiración quizás tenga que ver con cierta misteriosa receta de cangrejos aliñados no recogida por ningún libro de gastronomía; en la dosis adecuada (o sea, en abundancia), este plato solivianta a las Musas y estas provocan en el durmiente pesadillas que son como resúmenes de obras maestras pendientes de escritura. Bram Stoker, de cuya muerte acaba de cumplirse un siglo, declaró que la novela fue consecuencia de la indigestión provocada por un generoso plato de los susodichos cangrejos y un sueño de sábanas revueltas durante el cual lo asaltó la visión de un vampiro surgiendo de la gusanera. También Mary W. Shelley, la madre de Frankenstein, había confesado que sus criaturas nacieron de una pesadilla. ¿Casualidad? Quizás deba ser así y no de otro modo. ¿Es por esto que, en la novela, Drácula advierte a Jonathan Harker que quienes duermen imprudentemente se exponen al cortejo de íncubos y súcubos?
   Aunque Drácula no se publicara hasta el 20 de mayo de 1897, Stoker estaba enfangado en la tarea de su redacción ya en 1890. Curiosamente, la novela nació como libreto teatral: el autor, que debía conocer las óptimas recaudaciones de la adaptación del relato El vampiro de Polidori, habría pergeñado una variación del tema pensando también en las tablas antes de darle su forma definitiva. Las equivalencias no terminan aquí: si Polidori imaginó su vampiro con los rasgos de Lord Byron, a cuyo servicio se hallaba, Stoker dio al suyo los trazos y trazas de Henry Irving, un actor al que sirvió como secretario y administrador durante 20 años largos (mientras estuvo a su lado, el novelista se sintió vampirizado por Irving y, en un acto de justicia poética, fue éste el primero en encarnar a Drácula en los escenarios). En los primeros esbozos de la historia, el personaje respondía al redundante apelativo de Conde Wampyr y la historia se desarrollaba en Estiria (Austria); luego, Stoker se llevó la acción a Transilvania y adquirió mayor relieve el folklore rumano. Stoker barajó primeramente los tratamientos de Ordog (Satán en lengua rumana) y Pokol (Infierno). Al fijarse en la figura histórica de Vlad Tepes (1431-1476), el escritor halló lo que andaba buscando.
   Vlad III, príncipe de Valaquia -un paladín de la cristiandad en la lucha contra el turco, famoso por la extrema crueldad con que se desembarazaba de sus contrarios-, recibió el apodo de Tepes (empalador) en honor a cierta debilidad: le gustaba ensartar a sus prisioneros en postes afilados y dejarlos agonizar durante horas, a veces días. Sus coetáneos lo llamaron Drácula o Draculea con un punto de ambigüedad. Puesto que su progenitor era conocido como Dracul (del latín draco) por pertenecer a la Orden del Dragón, cabría traducir "Drácula" por "Hijo del Dragón" -o sea, hijo de su padre-, pero también como "demonio". Nada se dejó al azar. Por este lado, el árbol genealógico del conde echaba raíces en la estirpe del mismísimo Atila. Por otro, al darle un título nobiliario, Stoker lo emparentaba con los aristócratas decadentes de la escuela sadiana. De tales palos difícilmente saldría una astilla diferente. El apellido es un hallazgo portentoso: Drá-cu-la. Al pronunciarlo, la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde de los dientes, ¡cómo no!, para apoyarse, en el tercero, en el borde del paladar... Stoker remató la faena rediseñando una figura legendaria que, bajo diversos ropajes, ha dejado huella en las culturas más alejadas del planeta.
   Aunque quizás no sea la obra maestra que sostienen muchos, hablamos de una novela extraordinaria. Lo mejor es su potente atmósfera gótica y un inquietante protagonista en off, que ha sobrevivido a los mil estacazos que depara la existencia. Drácula es un depredador, una bestia irresistible, sin los afeites románticos con que ciertas adaptaciones cinematográficas han pretendido adecentarlo. A Drácula se le sospechan prácticas que incluyen la necrofilia, la necrofagia, el sadomasoquismo, la promiscuidad y, tal vez, el incesto: las vampiras con que comparte las largas noches de los Cárpatos, ¿son sus novias como pretenden ciertas lecturas, sus hermanas, sus hijas? Además de malvado e inmoral, Drácula es poliédrico. Según la exégesis religiosa, el transilvano sería una personificación del mismísimo Anticristo; el profesor Juan Carlos Rodríguez apuntaba que cabría entender el personaje como "una inversión de la Trinidad propiamente dicha: el Padre (el Diablo), el Hijo (Drácula) y el Espíritu Santo (el Murciélago)".
   Las lecturas políticas, en cambio, lo señalan en tanto representante de la vieja oligarquía feudal que se resiste a desaparecer del mapa; según Román Gubern, el conde podría ser considerado "un representante de la nobleza latifundista y agraria que explota y chupa la sangre a los pobres campesinos". Para el psicoanálisis el vampiro sería proyección retorcida de ciertos deseos ocultos, un doble nuestro, otro más; según Gérard Lenne, Drácula es un aggiornamento en clave gótica del mito de Don Juan, un tenorio demonizado por la rígida moral victoriana que descubría en él un "monstruo sexual" capaz de cuestionar las convicciones de cualquier hombre de pro y arruinar la castidad de sus más tiernas doncellas. Para las feministas, Drácula es, por descontado, un claro exponente del machismo más grosero...
   Drácula es una sombra que encierra dentro de sí infinitas sombras.

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